Carecemos de la posibilidad de darnos cuenta cuándo estamos
al límite de las posibilidades. No niego que el único límite que existe es
nuestra propia mente, pero, qué hay cuando los propios juegos mentales que concebimos
desde lo mas oscuro de nuestra parte emocional y hasta primitiva nos hacen
llegar al punto del límite del quiebre, dejándonos desperdigados con la mera
fuerza de poder levantar la cabeza y mirar el resultado del esfuerzo titánico de
continuar insistiendo vanamente, aun cuando sabemos que un pequeño milímetro es
la diferencia entre el despedazamiento de la voluntad y del alma.
Cuando recogemos todas nuestras piezas del alma rota y gris,
cuando volvemos a sentir la fuerza volviendo a nuestro ser, retomamos
nuevamente el sendero angosto que nos determina el límite de las posibilidades
a las cuales estamos habilitados a alcanzar, indistintamente de la voluntad tan
grande y la capacidad mental en todo su esplendor que poseamos, aun con nuestra
capacidad de brillar.
Es ahí cuando ya anticipamos el pie extendido nuevamente al
vacío, nuevamente por el miedo latente de volver a caer en el.
Nos ponemos los límites a nosotros mismos, pero también están
los límites que caen de maduro fruto del sentido común. Hay cosas las cuales
nos tenemos que limitar, sean por daño físico o psíquico, pues poner nuestra
existencia a disposición del fluir de las cosas muchas veces nos termina por
matar, aun no en lo literal, pero si por dentro. Siempre transitamos por ese
camino angosto, pero no hace falta tener que arriesgar nuestra absoluta
integridad por el palpito de llegar todavía mas allá.
Sólo hay una posibilidad de rebasar los límites, no con voluntad, no con pasión, entusiasmo o algún romanticismo subjetivo: con carácter, con seguridad, sin miedo, y con responsabilidad.
No podemos obviar asumir los riesgos de llegar mas allá, siempre los va a haber y tenemos que convivir con ellos, interactuar con ellos, abrazarlos, interiorizarlos. Demonizarlos sólo provoca la inevitable caída que nos demuestra lo frágiles e incipientes que somos cuando no estamos dispuestos a dar sin recibir, aun cuando el resultado sea amargo.
Sólo hay una posibilidad de rebasar los límites, no con voluntad, no con pasión, entusiasmo o algún romanticismo subjetivo: con carácter, con seguridad, sin miedo, y con responsabilidad.
No podemos obviar asumir los riesgos de llegar mas allá, siempre los va a haber y tenemos que convivir con ellos, interactuar con ellos, abrazarlos, interiorizarlos. Demonizarlos sólo provoca la inevitable caída que nos demuestra lo frágiles e incipientes que somos cuando no estamos dispuestos a dar sin recibir, aun cuando el resultado sea amargo.