lunes, 22 de septiembre de 2014

El Aguante

Últimamente vengo viendo en cualquier tipo de medios que hay instaurada una especie de fanatismo desmesurado a tomar partido por absolutamente cualquier cosa, no importa el ámbito o rubro, a veces no se evalúan los porqué, simplemente, se trata de poner esa energía en un motivo, una causa, una idea.

Desde mi, al ser una persona extremadamente huraña  y con el único sentido de encontrarle a todo un por qué, enfundada en lo que yo denomino como “curiosidad”, siempre ato cabos y busco a todo una unión para que las cosas me sean más claras a medida que voy enlazando factores a través de las que ya me resultan conocidas de antes. Lo importante es siempre tener un conocimiento previo o algo por dónde empezar a entretejer para que el producto final nos deje una forma, justamente una idea.
Yo pensaba que era así la formación de un ideal, pero evidentemente es algo anticuado hoy en día.
Hoy veo que complementarse con una idea es de asimilación inmediata, no yendo primero a las fuentes, incluso, no complementando o analizando si realmente los argumentos que tomamos como válidos para nuestros criterios morales o éticos, filosóficos o políticos tienen un fundamento serio o mínimamente de sentido común. Terminamos enmarañados en una madeja sin sentido y hasta extremista de tomar ese criterio como “verdad” o con una autenticidad única que nos termina convirtiendo en absolutistas rozando el fanatismo sin justificación alguna ni motivación propia, como zombies.

De ahí pasamos a lo siguiente, y que sería lo mas grave, a mi parecer: la carencia de autocrítica.
¿Por qué cuesta tanto reconocer cuando nos equivocamos? ¿Por qué no nos damos el privilegio de hacer borrón y cuenta nueva para enriquecer nuestro intelecto sin caer en la monotonía de lo absoluto y único, anulando cualquier otra expresión por considerarla vana? ¿Por el mero hecho de decir inflar el pecho y atribuirse la luz de la razón? ¿No es un poco arrogante esa postura?

Cada vez que salgo a la calle veo esa puja indiscutible sobre “quien tiene mas derechos que…”, pero siempre abordado desde una postura autoritaria y maliciosa, alimentando constantemente ese ambiente de desplante que se detecta inclusive hasta en la convivencia mínima de trabajo, en el propio hogar, hasta del disfrute de la música o un mero partido de fútbol; esta última, muchas veces estallando de manera trágica con lo que algunos justifican como “Folklore”.

Pues bien, hoy me encuentro en la vida adulta mirando los grises los cuales que alguna vez descarté, y tomando de ellos ciertas cosas de las que aprender y otras por las cuales no ser indiferente. Puedo decir que he cultivado mi autocritica y todavía puedo seguir haciéndolo, porque reconozco que me falta mucho. Sin embargo, muchas veces, es imposible no caer en el juego perverso de los que te empujan o arrastran al absolutismo de tomar partido, terminando con una definición ajena de como tenes que ser o lo que sos, según los absolutos.

Te encasillan, podría decirse, porque no podes pertenecer a una de las gamas del gris que las hay, pero sí o sí tenes que ser o blanco o negro.

Es una suerte de testeo cual si fuese un curso de manejo contra la ira vivir últimamente en el mundo intolerante que se nos presenta, donde si no tomas partido por algo uno termina por convertirse en el mas terrible verdugo del ideal único e incorruptible bajo el estandarte de La Verdad Absoluta.

A mi me encanta, por ejemplo, buscar patrones, cosas en común, que nos permiten llegar a una conclusión única y totalmente inigualable y soberana: la propia, la cual puedo moldear a mi preferencia y a la cual le puedo permitir con mis dos agujas llamadas tolerancia y autocritica, tejer mi propio conocimiento y entendimiento de cómo veo el mundo.

Por ahora, estoy descubriendo que la mejor solución ante tanta barbarie e ignorancia socialmente aceptada es volverse ermitaño, pero tengo serias expectativas de que termine tomando otra forma, porque ante todo, hay mea culpa.

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