miércoles, 15 de julio de 2015

Fiesta de 15.

Que loco darte cuenta de cosas de hace 15 años, 15 años después.

Ejemplos de esas 'cosas locas': por qué la gente en ese entonces tenía tantos prejuicios, y qué prejuicios eran, hoy. Uno de ellos, me remite a mi fiesta de 15 años.

Me acuerdo que, como nadie me invitaba, yo no tenía mucha idea de cómo podía ser, o como sugerirle en ese entonces a mi mamá, cómo organizarla. Mismo, como no tenía demasiadas amistades, tampoco escatimé en invitaciones.

Recuerdo haber invitado a toda el aula en general, aun a aquellos que no se detuvieron a pensar lo mismo en sus respectivos festejos. "¿Por qué dejar de lado a la gente?", pensé. "No tengo porqué dejarlos de lado, aun cuando no me invitaron", pensé otra vez.

Cuando llego el día, disfruté, baile, salté. No comí mucho. La pasé como en cualquier fiesta. Recuerdo que en un momento, se me acerco alguien de mi familia, y me preguntó "¿No la pasas con tus amigos también?". No me había dado cuenta que había pasado casi toda la noche con las hijas de los amigos de mis papas. "No, estoy mejor con ellas", dije. Así pase la noche, muy poco me di por aludida de lo que pasaba a mi alrededor.

A lo largo de la velada, se me acercaban el resto de los invitados, no para dialogar ni para reclamar muy disimuladamente que los exceptuaba. Se me acercaban preguntándome si podía entrar fulanito o sultanito que estaban en la puerta. Como intentaba no ser selectiva con mis invitados, y como no soy de dejar de lado personas, les decía que sí; me gusta que la gente la pase bien y que disfrute, y si quiere compartir un buen momento conmigo, no tengo problemas en compartirlo en general. Y así paso la noche, yo seguía con "mis primas", como siempre las llamé de chicas. Mis primas del corazón.

Así paso una temporada, hasta que una de las invitadas de mi fiesta de 15 me invitó a su fiesta de cumpleaños. ¡Me puse contenta! Nadie me invitaba a los 15. Sólo tuve una oportunidad de ir a una fiesta además de esa, y como no quería ir vestida de la misma manera, pensé "¿Cómo puedo ir?". Recordé fugazmente como habían ido en mi fiesta mis invitados. "Jean y unas buenos zapatos. Una camisa. Algo tranqui", pensé. Recordé que habían ido muy cómodos, muy "casual", como se dice hoy en día. Esos a quienes me refería eran mis compañeros de secundaria, con los cuales dije "No voy a escatimar en invitaciones", aun cuando no me invitaran. Me acuerdo que para esa fiesta de 15 me puse entonces unos mocasines, unos jeans, una camisa blanca y un chaleco negro que me prestó mi mamá. "Así estoy bien", le dije. Estaba contenta y ella también por la invitación.

Me acuerdo que fue en el mismo salón donde lo había hecho yo. Me acuerdo el esfuerzo sobrehumano que fue en ese entonces para mis viejos costearla. Me acuerdo llegar al mismo salón, en el mismo lugar donde mis viejos se deslomaron para hacerme esa fiesta, y ver a la misma gente. Pero, algo era diferente. Algo me llamo poderosamente la atención, algo no cuadraba muy bien. Me acuerdo que mi mamá me acompañó, y también se quedó tan perpleja como yo al ver a esa misma gente, en ese mismo salón: ambas nos quedamos sorprendidas, no tan notoriamente pero si por dentro, de que estaban todos muy bien vestidos. Con mucha producción, mucho “glam”, “con todos los brillos”, como dicen las minitah's ahora. Y yo, con mis jeans modestos, mis mocasines, mi poca producción hasta para mi pelo frizzado y cuasi sin arreglar. Saludé, a las que estaban justo en la puerta, con sus vestidos largos, sus stilettos y sus peinados con rodete, y a otro par mas de invitados. Todos de la misma secundaria donde yo cursé. Entré al salón y estaba impecable, como un palacio. Nada que ver a lo que fue mi fiesta de 15. Lógico, la agasajada era de familia mas pudiente. Era normal poner todo a disposición de la anfitriona principal en una fiesta de semejante importancia.

Pero, no me quiero detener en ese detalle. Es lo de menos. Sino, en el detalle de los invitados, los mismos invitados que asistieron a la fiesta que yo di para compartir mis 15. Esos mismos invitados que lucían en zapatillas, jeans y remeras "casual" en mi fiesta, ahora perfumados y bien paquetos. Me resultó bastante curioso, desconcertante y muy en el fondo, con cierto dejo de consternación.

Pasé la velada, por suerte, con un amigo de toda la primaria que tuvo la mala fortuna de ir igual que yo. Asistió, porque lo invitaron. Tampoco lo invitaban seguido a esas fiestas, como a mi. Tampoco sabía cómo ir vestido, como yo. Y tampoco nos resultaba divertido el desdén con el que, esos mismos invitados, a los cuales en mi fiesta yo no había mezquinado invitación, se tomaban la molestia de examinarnos: vestimenta, peinado en mi caso, actitudes, y puntualmente, la amistad que nos unía. Lógicamente, las burlas eran varias. Con las miradas nos dábamos cuenta. Lucubraban en sus cabecitas que estábamos "noviando" o “que estábamos en algo”. Pero no, estábamos aparte nomas, mirando la pomposidad de la fiesta, con nuestra sencillez y examinando la frivolidad con la cual nos juzgaban.

Por nuestra vestimenta, peinado en mi caso, actitudes, y la amistad que nos unía. La cual no entendían, per se.

Volví a mi casa pensativa. Ensimismada con todo eso que había presenciado. Por un tiempo lo dejé pasar.

Tiempo después, mi mamá me mostró las fotos de ese día que había sido mi fiesta de 15. Y retomé ese pensamiento que me perseguía después de salir de esa otra fiesta de 15. "¡Qué bárbaro!", se expresó mi mamá mientras miraba las fotos conmigo. La miré intrigada; "Para tu fiesta vinieron así nomás, y para la otra se lucieron a todo trapo...", retomó de modo sarcástico.

Me volví a ensimismar mirando con detenimiento, la cantidad de gente a la cual accedí a hacer entrar "por mis invitados". Me afligí, muy poco. Pero en definidas cuentas, me afligí.

Con el tiempo, el recuerdo de esa fiesta de 15 años pasó. Terminé la secundaria, y tuve la buena fortuna de continuar con mi amistad, y mas. Y el tiempo me otorgó gente a quien atesorar, y gente de la cual aprender lo que un ser humano no debe ser JAMÁS.

Por eso digo, que loco darte cuenta de cosas de hace 15 años, 15 años después.

Porque la Vida me enseñó el por qué esa diferencia sustancial entre una fiesta y otra, y de como a la gente le es más fácil juzgar. Por mi apariencia, por mi vestimenta, actitudes.

La Vida me volvió a poner, nuevamente de manera oportuna, en otra fiesta donde el juicio pobre de valores es moneda corriente y los gestos sinceros no existen. Y aprender a no hacer lo mismo, antes de que sea demasiado tarde.

La Vida me volvió a poner en otra fiesta donde la risa es el elemento mas oportuno y mas celebrado, por encima de las frivolidades. Que los momentos sencillos son los que mas se atesoran por sobre que tienen “mucho brillo”.

La Vida me demostró que las apariencias no son lo que parecen, en ambos sentidos. Y que a veces es mejor dejarse sorprender. Para bien o para mal.

La Vida me demostró que es mejor escatimar con quien compartís momentos importantes, porque no lo van a valorar de igual manera que uno.

La Vida me demostró que si no les llevas la corriente, te llevas la corriente puesta. Para bien o para mal.

¡Que loco! Las cosas de hace 15 años, son tan actuales. "¡Que bárbaro!", diría mi mamá. "La sangre de horchata está de oferta".