martes, 4 de junio de 2019

Un cuento de luz y oscuridad.

Hoy les vengo a contar una historia. La de cómo desperté y en la que puedo decir, que es la historia de cómo volví a nacer y en la que todavía sigo teniendo trastabilladas.

De como mi vida empezó de nuevo con Esclerosis Múltiple.
Mi primer recuerdo con EM fue un 14 de febrero de 2016, volviendo del cine con mi novio. Todo lo que podía sentir era un ardor, tolerable, pero no muy molesto en el pecho, del lado izquierdo; no le di mucha bola al principio, pensando "debe ser pasajero."

El segundo recuerdo que tengo fue un fuerte dolor de cabeza un día de mucho calor. En Argentina es pleno verano, y lo que se me pasó por la cabeza era, "Me insolé. Con descansar se me pasa."

Todavía seguía con ese 'ardor' en el pecho, y de vez en cuando me palpaba pensando qué podía ser, porque era un poco molesto; pleno verano y con el calor que hacía, era súper molesto por la ropa, era como lija. Seguí así unas horas más, hasta que noté otras cosas.

De a poquito, y sin darme cuenta, el ardor se empezó a expandir, y con eso otra cosa más, que no entendía y hasta me empezó a asustar: empecé a perder sensibilidad.

Mi familia por el lado materno tiene historial de afecciones cardíacas e hipertensión. Por ese entonces, mi vida estaba atravesando un montón de cosas que me provocaban muchísimo estrés (el trabajo, la familia, mi propia vida sin rumbo ni motivación, y muchos problemas de pareja)

El condimento final fue la exigencia conmigo misma, y la metodisidad de empujarme a limites que estaban haciendo estragos con mi propio cuerpo, aunque los resultados se vieran como algo bien recibido.

Era el combo perfecto para que ella despertara. Ahora lo veo.

El tercer recuerdo que tengo soy yo, llorando.

Se había cortado la luz en mi casa y estaba todo oscuro.

Empecé a llorar.

Había perdido el 40% de la movilidad de mi brazo y estaba sentada, llorando con mi brazo tendido entre mi regazo, diciendo "¿Por qué me pasa esto a mí?" Mi novio se arrodilló adelante mío y lagrimeaba, "Por favor, pone el brazo diferente. No te puedo ver así."

No sabía qué hacer. Ninguno sabía.

Habíamos ido desde ese día, ya 18 de febrero, desde la mañana, 2 veces a la misma guardia. Las dos veces me dijeron "Es un pinzamiento muscular", "Con tomarte un relajante muscular se te pasa." Lo más desconsiderado y horrendo que me dijeron fue, "Todos piensan que están teniendo un episodio cerebro-vascular y se quieren meter a un resonador."

Sí, eso.

Podría mandar al frente a la institución en dónde me lo dijeron, pero no es el punto de esta historia.

El punto de esto es concientizar. Eso importa, eso es lo que quiero visibilizar, no así la disidia y la falta de empatía que hay en nuestro sistema de salud.

Yo diría, en todos nosotros.

Lo siguiente que recuerdo fue levantarme en la mitad de la noche reiteradas veces en mi casa, ¿Saben lo que es sentir algo tan simple como el roce de las sabanas en un miembro entumecido? O tratar de moverlo.

Desde aquel momento en donde noté que algo no andaba bien, lo único que quería era despertar y decir, "Solamente necesitaba dormir." Que era todo una pesadilla.

Mi siguiente recuerdo es enojarme.

Tenía bronca, rabia, y estaba podrida de que me patearan de guardia en guardia sin darme pelota de que algo me estaba pasando y nadie me quería atender o darme dos minutos de su tiempo para examinarme más en profundidad.

Terminé en la guardia del CEMIC, rabiada y exigiendo ver a un traumatólogo para sacarles verdad o mentira de un posible pinzamiento. Yo sabía que no era así, no era algo así nomás.

Era yo sola peleando contra la indiferencia de la gente.

Ese mismo día me dejaron internada en observación, porque una doctora, alguien al fin, vio algo que no le terminó de cerrar en ejercicios de rutina, como mantener los brazos con los ojos cerrados en alto o tocarse la nariz con la punta de los dedos.

Hasta ese entonces, solamente sabíamos mi novio y yo lo que estaba pasando. Ese día le avisamos a mi mamá, y le pedí a mi novio que le dijera que no se preocupe, que era sólo por precaución.

La primer noche me acuerdo que me desperté varias veces, incomoda por no estar en mi cama, en mi casa, preocupada por mi gata, que había quedado sola, culpable por mi novio, que tenía que dormir en un sofa al lado mío.

Al otro día descubrí que le tengo pánico al resonador y al encierro. Ya en medio de los nervios y la incertidumbre, habían intentando tenerme 1 hora ahí adentro. 1 hora. No lo aguanté; la segunda vez, lo tuve que enfrentar. Tenía que hacerlo. Quería saber qué me pasaba. Volví al sanatorio y mi novio estaba ahí diciéndome que mi gata estaba bien y disculpándome por no haberme podido acompañar. Yo solamente me consolaba pensando que con esto ya me podía ir a casa. Quería irme a mi casa y que me dijeran qué tenía.

Era sábado y ya mi brazo no respondía y yo me quería ir. En parte me reía porque lo movía de manera torpe, pero por dentro quería saber por qué. Para ese entonces, lo único que sentía era hormigueo en todo el lado izquierdo de mi cuerpo, menos en el rostro y la cabeza. Si no mal recuerdo, ese día me daban el alta médica, estuve así todo el día. Expectante y ansiosa. En el medio de todo esto, me vino a ver un médico diferente al que había venido las primeras veces desde el jueves que quedé adentro. Era un neurólogo.

Definitivamente, algo le estaba pasando a mi cuerpo y en parte, me sentí tranquila pensando que al final, no era un episodio cerebro-cardiovascular, de hipertensión, cardíaco. Era otra cosa, y quería saber qué.

Era la tarde del sábado, y vinieron 3 internos que estaban haciendo la carrera de medicina, para mí, médicos. "Tenemos que hacerte una punción lumbar para extraerte liquido. Es un procedimiento sencillo pero necesitamos que estés muy quieta."

Miedo y reservas.

Eso sentí cuando me dieron esa noticia. Yo quería irme, y me habían dicho que me iban a dar el alta ese día, pero con esa novedad pensé, "¿No me van a dar el alta hoy?" Lo peor de mí pensó, "Me están usando de conejillo de indias," por eso el miedo. Otra parte de mí, trato de poner paños fríos a la situación. "Tenés que hacer esto para saber qué tenes. No va a pasar nada malo."

Lo primero que pensé, en una especie de tragicomedia, es en Dr. House; un capitulo en dónde le advierten al paciente que si se movía, podía quedar paralitico y en silla de ruedas. Quizás por eso fue el miedo. Yo lo único que quería era irme a casa, y haciendo esto, pensaba, "Puedo irme a mi casa con mi gata." Ahí también, fue cuando mi mamá decidió que tenía que estar. Y también por eso me di cuenta que no era joda lo que me estaban por hacer.

Mi siguiente recuerdo es abrazarme llorando a mi gata, —a mi vieja querida Isis que hoy extraño con el corazón y mi alma—; los ojos enormes tenía de verme después de una semana de solamente ver a mi novio y estar con el velador de mi escritorio encendida. La abracé fuerte y le pedía disculpas, aun con el brazo medio chueco, como decía yo. Y después de eso intenté volver a la normalidad.

Del CEMIC me fuí con el alta que decía "Síndrome de conversión" y un turno con el neurólogo. Con el correr de los días me di cuenta que lo primero es una etiqueta que te ponen algunos médicos a una sintomatología que uno adquiere producto del estrés. Por otro lado, mi curiosidad era, sin terminar de caer, por qué el turno con el neurólogo. Ahí empezaron mis primeros pasos.

Pasaron aproximadamente unas 2 o 3 semanas, batería de estudios de laboratorio mediante en dónde, enmarcando el equivalente a lo que podía ser una libretita sanitaria, se desglosaban todas y cada uno de los glóbulos que tengo en sangre. Parecía no había nada raro.

Y un día, asi, sola como cuando tuve que enfrentar el resonador; asi, sola como cuando me enojé y patalié para que alguien me crea que algo me estaba pasando, entré a ver a la neuróloga que seguía mi caso.

"En base a las imágenes y los resultados de laboratorio y punción lumbar que te hicimos, pudimos encerrar un poco más el diagnostico y descubrimos que tenes una enfermedad autoimmune, pero todavía no sabemos cuál," Me dijo, así calmada mientras yo iba procesando lo que me decía. "Por lo pronto, y con todo esto, te voy a derivar con la especialista en neurología de los consultorios externos para que siga tu caso."

Yo ya no la escuché. Quería saber qué tenía.

Salí del consultorio y mi novio había llegado y me vio. "Tengo un bicho que no saben qué es. Es algo autoimmune."

No tengo recuerdos después de eso, porque lo que te hacen estas cosas, y a veces no sabes si es por 'ese bicho', es que te olvides hasta lo que hiciste el día de ayer. Lo que si me acuerdo es haber vuelto de mis vacaciones (sí, estaba de vacaciones) y hacer mi propio diagnostico.

Lo primero que apareció ante mi en el buscador fue Esclerosis Múltiple.

Lo segundo que pensé después de eso fue que era éso lo que tenía. No por el típico convencimiento del hipocondríaco promedio que hace de un síntoma perdido una simbiosis. No, yo lo sabía; era como si lo hubiese sabido desde el minuto uno.

Mi siguiente lección fue lidiar con la apatía humana. Como un niño que se da cuenta de la crueldad del mundo y la palidez de los buenos actos, que a veces quedan opacados por la indiferencia.

No voy a entrar en detalles de por qué no seguí mi tratamiento en el CEMIC, pero si voy a decir que fue una mezcla de todo lo que experimenté cuando empezó a sucederme todo esto. Bronca, impotencia, miedo, ira, frustración, indignación.

Con ese algo a lo que yo necesitaba ponerle nombre, como esa sombra desconocida que uno intenta diferenciar de la oscuridad para saber a lo que uno se enfrenta, me fuí con mi parva de estudios médicos y dos resonancias que con un esfuerzo, para mí titánico, hice en pos de saber.

Caí en el Trinidad Mitre con quienes hoy siguen siendo mis neurólogos, y ahí me lo confirmaron: Esclerosis. Yo ya lo sabía, y con todo pesar la confirmación llego a mi novio, que estaba ahí conmigo con una mano en mi rodilla, y a mi familia después.

Yo podía ya saberlo, pero las fichas me cayeron después. "Tenes que tomar esto todos los días, dos veces al día. Siempre." Ahí mientras la neuróloga hablaba con mi mamá, iba cayendo. "Esto no tiene cura", pensé.

A raíz de eso, lo siguiente fue a acomodarme en medio de la turbulencia que yo sentía, se había vuelto mi vida, y que en parte, seguía con la inercia de los sucesos que, quizás, pudieran o no haber despertado esta sombra dormida que tenía adentro de mi.

Sin embargo, otras cosas despertaron también. Otros monstruos, otras sombras. Depresión, inseguridad y miedo.

De a poco, acostumbrándome a la medicación, empecé a notar otras cosas que le pasaban a mi cuerpo. Cosas que uno por ahí podría considerar nimias o insignificantes, pero que para mí eran como ir cuesta arriba, sumado a mi creciente estado deteriorado de mi psiquis.

Dormir una siesta era dormirse horas y sentirse todavía cansado, el malhumor constante de no recordar algunas cosas, incluso si eran cosas que habían pasado hacía un día, la indiferencia del mundo a mi alrededor, la incertidumbre de no saber cuánto de mi se iba a llevar ésto.

El aislamiento y la soledad de tener que entender esto yo sola. Eso fue lo peor de todo.

Así, después de sentirme plena durante un año entero en 2015, pase al pozo de tener que escalar para salvarme en 2016 volviendo al psicólogo después de 2 años.

Cada vez que me encontraba con alguien y le contaba lo que me pasó, lloraba; cada vez que recordaba con lo que lidiaba, lloraba; cada vez que sentía, por más minúsculo que fuera, los cambios por los que estaba pasando, y que solamente yo veía, lloraba.

Lo primero que hice cuando di con el psicólogo indicado, fue llorar.

Estuve así casi un año entero, hasta que pude completar una sesión sin quebrarme. Y en el medio, realizaciones que iban haciéndome notar todo lo que había perdido, todo lo que estaba pasándome. Lo más importante, todo lo que estaba a mi alrededor.

Sentía que estaba en el fondo. Sola y todos los días sintiendo la indiferencia de absolutamente todos a mi alrededor, desconociendolos, paranoica de que nadie me iba a entender; que, directamente, nadie me entendía.

Y un día, asi como sentía que ella empezó a quitarme todo, también me dio. Reviendo mi vida, en terapia, mi mente me transportó, y encontré esa pequeña luz en medio de mucha oscuridad. Me llevó a mis 15 años, cuando escribía.

Una película, no me acuerdo cual, desató una memoria dentro de mi de cuando escribía fan fiction de chica, y sin darme cuenta, pensando que había perdido la chispa por completo en la deconstrucción que sufre uno cuando crece, tiré unas lineas, y dibuje unos garabatos. Mira qué igual de poderosa es la esperanza que pensé "Estoy segura que ese manuscrito no lo tiré. Todavía lo tengo," y aunque no fue así, no importó. Me puse un poco triste, con algo de bronca, pero a la vez, aceptación de mi misma, reconociendo mi error al haberme desecho de eso.

Aquello que había tirado por hacerle caso a otros, negando parte de mi. Eso que me gustaba hacer, que era escribir; no importa si era algo que quizás jamás vaya a ver publicado en las grandes vidrieras.

Eso era yo, parte de mi, parte de mi identidad.

Así y todo, volví a escribir. Así también empezó otro proceso de aceptación, mirando algunas cosas que había logrado rescatar de la negación del mundo hacia lo que yo hago, y mi necesidad de encajar para evitar el juicio.

Noté todo lo que era y lo que soy hoy. Quería volver.

Ahí empezó mi nueva batalla, mi nuevo proceso, ahí empecé a escalar. Y puedo decir, hoy, que escribir me salvó. Que esa sombra se empezó a develar a mi misma como mi reflejo. Esa parte de mi que tengo que aceptar. La EM, así, enigmática y amenazante, me ayudó.
La EM está ahí, a veces se nota, como cada vez que me viene un flush y me pongo roja como tomate, o cuando me levanto un sábado a las 11.00 y me vuelvo a acostar a las 13.30 y no me despierto hasta las 20.00. Como cada vez que se me cruzan las palabras y tartamudeo. También está ahí, como cuando quiero escribir y no puedo hilar una palabra. Porque tengo una lesión que es permanente en el cuerpo calloso de mi cerebro, de donde salen mis ideas, de donde sale todo eso que soy yo.

Todo lo que soy hoy es gracias a la EM, lo bueno y lo malo; siempre hay que aceptar lo malo también. Me ayudó a reencontrarme con la escritura, a conocer y aceptar un universo de cosas que antes pasaban desapercibidas delante de mí. Me ayudó a reencontrarme, a hacer las pases con mi pasado y a liberarme de un montón de estigmas, a volver a ver el mundo en otra perspectiva, a crecer; a redefinir mi identidad no solo como individuo sino también como mujer, a lo cual, adhiero, será Ley.

Los individuos estamos llenos de luces y sombras, las mismas que se ven en una imagen de RMN. La EM se reveló ante mí, para encontrar otra perspectiva, otros universos, no solo literarios, sino también los que existen en este mundo. Me enseño de tolerancia y de empatía.

Ser conviviente con la EM es volver a nacer y aceptar tu pasado, transformarte, y aceptar todo lo que va a venir por delante, y atravesar el mundo entendiendo que lo mejor que podes hacer es concientizar y vivir a pleno.

Tener EM, para mi, es como las palabras que resonaron fuerte ese diciembre de 2018 viendo The Last Jedi: "Dejá morir el pasado, matalo si debes. Es la única manera de convertirte en eso que estás destinado a ser."

Batallar a la EM en sus días malos revive las palabras de Cayde: "Retroceder nunca fue una opción." Por eso Destiny es una parte importante de este ultimo año yendo cuesta arriba. Por eso este tatuaje no es solamente una promesa a Cayde, sino también a mí misma.

No importa lo que se haya llevado, siempre se nos revela devolviendo algo que quizás creímos perdido, o nos da algo que quizás nos faltaba. La EM va a estar ahí con nosotros, y lo mejor que podemos hacer es reinventar, combatir, reivindicar, vivir.

Gracias.

miércoles, 20 de julio de 2016

Amigo

No sé por dónde empezar para expresar lo que pienso con respecto a este día.

Quizás, pueda empezar comentándoles que el día del amigo, según las buenas lenguas, empezó un 20 de julio de 1969 el día que el Hombre llegó a la Luna.

¡Qué momento! ¿No les parece?

Un día que antes pudo ser como muchos otros, un día cualquiera, como pudo haber sido un 18, o un 19, o un 21, pero cayó un 20, y nos unió a todos. No importa las diferencias que teníamos, ya sean políticas, sociales, etc. Un 20 de julio nos encontró a todos pegados a la tele o a la radio, en un cafetín, en la casa de un conocido, familiar o amigo, o en la calle. Todos escuchando que el Hombre como especie dejaba marcada de por vida la huella indiscutible de que, a pesar de todo, habíamos logrado algo juntos.

¿Estaría bueno que lo recordáramos ahora, no? Primero como personas, después como sociedad, después como compatriotas, y pensando en más grande, como especie.

Yo me ponía a pensar en mayor profundidad, mientras estaba comprándome el desayuno, qué significa ‘ser amigo’.

Porque, ¡VAMOS!, no es un título, no es algo que se consigue de la noche a la mañana, no es algo que se puede comprar, tampoco es algo deliberado, mucho menos carente de carga emocional. Lejos está del significado social de amistad que sea algo racional, fríamente calculado o premeditado desde la estrategia políticamente correcta con determinados fines.

Justamente, es algo que se siente y se gana con el afecto mutuo y reciproco. Podríamos decir que es como magia, aunque suene cursi, porque cuando se da es algo increíble que uno nunca sabe cómo fue que paso, simplemente pasó. Es algo que se corona con respeto, confianza, lealtad y mucho cariño.

Incluso, no importa el género o la especie; aquellos seres que nos acompañan todo el tiempo o con los cuales nos cruzamos diariamente o en alguna casualidad saben de esto de la reciprocidad, de la confianza, la lealtad y el respeto, saben de la incondicionalidad y el desinterés. Parece mentira, pero es como si ellos hubiesen trascendido la barrera del entendimiento hablado y evolucionaran y quisieran, desinteresadamente, que nosotros diésemos el siguiente paso para ir juntos de la mano.

¿Será el lenguaje un escalón o algo a mejorar aún más entre nosotros?

Entonces, volviendo a tratar de descifrar esto que es la amistad, ¿Será amor? Y me respondí como si se me hubiese prendido una lamparita, aunque por ahí fue el Sol poniéndose contento: “Sí, lo es”. Aunque en el vulgar social nosotros separemos las aguas, porque como quien dice, “nunca hay que mezclar las cosas”. Suena a frase hecha, pero hay un tanto de verdad; por algo se habrá dicho alguna vez, ¡Bendito sea el que divulgó sabias palabras!

Siempre hay que ser sinceros con nosotros mismos y con los demás, teniendo en cuenta las otras cosas antes mencionadas.

Porque ¿Saben cuál es el ingrediente especial de la amistad? La honestidad.

¡Qué valor tan importante! Y se aplica en cualquier fase, ámbito y oportunidad. No importa de la cuna que vengamos, ni quienes seamos, ni lo que pensemos.

Continuaba pensando ya con mi desayuno en mano de vuelta a la oficina sobre si entonces la amistad no es otra cosa que un lado de la misma moneda de lo que es amor, y después de darle vueltas al asunto me di cuenta que sí.

La amistad no es otra cosa mas que una expresión mas de lo que es el amor. La dedicación altruista de querer ver y percibir a la otra persona bien, sana, a salvo y brindarle el cariño incondicional de tener nuestra presencia siempre con ellos, aunque no estemos juntos en ese momento. Es la expresión que nos hace humanos, atravesando las barreras sociales y del lenguaje propiamente dicho y que nos une en un mismo sentimiento. El amor es eso, desinterés y deseo de bienestar por uno mismo y por todos al mismo tiempo.

Al final, ¿Qué conmemoramos hoy, un día como cualquiera donde el Hombre llegó a la Luna y nos puso de igual a igual a todos alrededor del mundo, encontrándonos en un lagrimón de felicidad por algo que logramos como una sola comunidad?

La respuesta puede derivar en un montón de adjetivos, sinónimos y palabras con significado enciclopédico correspondiente, pero que si nos ponemos a filosofar un rato, mate y medialuna mediante terminan conglomerando en una sola: El amor.

Aunque haya ámbitos en donde no nos conozcamos entre todos, a pesar de todas nuestras diferencias y/o discordancias; no importa ideología política, de religión o pensamientos diversos, ámbito laboral, familiar, casual o de toda la vida, somos todos iguales y compartimos un mismo lugar, y nos vale el respeto y el amor mutuo: ESO se festeja hoy.





martes, 24 de mayo de 2016

El dedito

Lo voy a decir, y no me importa nada.
Me revienta la vieja del edificio donde vivo.
La vieja es metida, se queja por todo, cuando te la cruzas por los pasillos te contesta de muy mala manera, con altanería puede decirse, y siempre, pero SIEMPRE tiene una sugerencia que hacer. Por lo general, no hace ese tipo de comentarios donde con sutileza te da su punto de vista y te dice que es imperativa la intervención del administrador. Al contrario, se saltea todos los pasos, pero el imperativo, jamás.
Estamos teniendo un problema con la luz desde que me mude a ese edificio, y hoy me llama la atención que se involucró en la solicitud que anteriormente ya había iniciado la administración del consorcio, de que la empresa que brinda el servicio en cuestión se haga cargo de la instalación definitiva de los medidores.
Lógicamente, con ironía mediante porque no pudo consultar el estado del trámite porque no era quien inició, exigió (sí, con imperiosidad) que se esclarezca si exitosamente todo marchaba sobre ruedas.
Hasta ahí quedo todo.
Salvo uno que otro vecino interesado, nadie mas respondió. El administrador brillo por su ausencia.
¿Por qué las señoras grandes suelen hacer esos problemas?
Siempre es lo primero que pensamos “Uh, típico de las doñas, y mas si se la pasan todo el día en la casa, sin algo mejor que quejarse de absolutamente todo y acusar hasta si se le cayó una aguja al vecino de arriba y la despertó de su siesta reparadora, para después continuar despotricando hasta de la vecina del edificio de la otra cuadra que se la pasa llegando a la fila del super antes que ella”.
Sí, no me digan que no, las señoras grandes son así. O al menos la mayoría. Bueno, no.
TODAS TIENEN ALGO QUE DECIR.
No importa qué, no importa de quién, cuándo ni dónde, pero todas tienen algo para decir.
Dirán que hago una generalización bastante cruel al respecto, porque hay señoras que se quejan de que se gasta mucho en plata para el encargado, y hay otras que lo hacen porque se gasta mucha luz en las luces de todo el edificio en general, o porque se preocupan porque algunos despistados se olvidan la puerta de calle arrimada; eso, en realidad, debería preocuparnos a todos ahora que lo pienso. Hay viejas para todos los gustos.
Quisquillosas, mandonas, metidas, espamentozas, nariz parada, meticulosas, ortodoxas. Se me escapan los adjetivos para calificar a las viejas, por lo general, malos. Siempre catalogamos a las viejas como algo malo. Ese mal que aunque molesto y desagradable, que hace al mundo. Como si estuviésemos hablando del Tao, en resumidas cuentas.
Pero ahí radica el asunto, tenemos catálogos para lo que es malo (como las insoportables vecinas de consorcio de entre 50 a 70 años en todo el mundo) y para lo que es bueno, pero ¿en base a qué hacemos esa rotulación? ¿Hay algún reglamento con el que venimos al mundo? ¿Un manual de instrucciones, como si hablaremos de un aparato? ¿No parece como si nos refiriéramos a nosotros mismos como una parodia al muñeco de Krusty con el switch “malo – bueno”? Si está en “malo” vamos a hacer cosas desagradables, vamos a ser y parecer desagradables; y si estamos en modo “bueno”, al contrario. ¿Tiene que ser necesariamente así? ¿No la pasaba mal el muñeco Krusty cuando era bueno porque Homero era un abusivo de mierda?
La aventurada queja de la doña del 6to piso de mi edificio me ayudó a razonar y a armar una suerte de rompecabezas que se apareció como por arte de magia en mi mente a medida que avanzaba el día sobre lo que está bien o mal.
Hubieron muchas cosas que me pusieron el intelecto a trabajar y pensar en lo que es correcto o no, lo que se debe o no, dónde va cada cosa calificada y rotulada en tal o cuál bolsa adecuada a la descripción. Importaba que tuviese una referencia que se correspondiera al contenido de cada lugar donde tirar las cosas cuando se parecen, como las viejas hincha pelotas de un consorcio.
Pero ¿Por qué hacemos eso?
¿Y si la vieja, además de metiche es la reencarnación de Doña Petrona? De esas abuelas típicas que te preparan en dos patadas un budín de pan y te lo decora con crema batida y dulce de leche, y no resiste dieta alguna, y hasta te dan ganas de sacarle una foto y encuadrarlo, intitulado: “el budín de pan de la genia del 7mo D”. Por ahí te vio delgado, y es de esas abuelas que se preocupan de mas y te dicen “come nene, come. Estas piel y huesos”, y en cualquier momento el botón del pantalón te puede llegar a bajar de un ondazo un avión del otro lado del mundo.
¿Y que hay si en una de esas la vieja quisquillosa es una mina te que arma un compost de puta madre y no tiene problemas en darte un tachito para que abones tus plantas? Escuchame, vos te acercas desde tu desolado balcón del 5to A y ves a la señora del 4to B que tiene unas plantas con un verde vibrante hermoso, un par de gajitos que les está armando seguramente a otros vecinos y ENCIMA una mini-huerta terrible. Quizás es quisquillosa porque está preocupada en cosas que van mas allá de una lamparita de mas encendida. Quizás está preocupada no solo por sus vecinos, por ahí, hasta está preocupada por el barrio, la ciudad, el país. Ponele que el planeta. Y a la pobre doña le dicen quisquillosa, porque esta rotulada con “’Vieja hincha pelotas de consorcio’ - colocar en bolsa ‘cosas malas – viejas de mierda’”, justo al lado de la abuela metiche.
Vos por ahí también hiciste lo mismo con la señora mandona que cualquier consorcio debe tener. ¿Y si en una de esas, la mina que, no solo en su trabajo sino también en su vida la podrían y la pueden catalogar de ‘conchuda’ es el héroe que todos necesitamos pero no el que nos merecemos? Te preguntarás porqué tiene este rotulo adicional. Quizás, esa capacidad de saber pararse delante de todo el mundo, sin distinción de género y edad, y demostrar que es capaz de bancarse la que venga y liderar merece tener semejante calificativo ponzoñoso. Por eso nomas, por ser honesta. Y la vieja mandona, así como la vez y con el rotulo en la frente le gana la pulseada al Administrador para que no te aumenten las expensas porque es un despropósito. Después te enteras que la mina es abogada, o contadora, algo así, y que tiene la Ley grabada a fuego en la memoria. Se quemó las pestañas en la facu para que no la rotularan de “mujer básica, a la cocina”, la remó para llegar a donde está porque su carácter y su valor como parte actora en la sociedad le dijo que podía aportar mas por sus semejantes con las herramientas de la Ley, y por mas mandona que te parezca, no le importó bancarse rótulos desdeñosos sobre su actitud. ¿Cómo podría desdeñarla? Por mas “vieja de consorcio” que sea, o “mandona-conchuda”, si le ganó la pulseada a un tipo que me quería subir las expensas en un movimiento mas que fraudulento porque se rompió una lamparita del ascensor y quizás el turro se quería pagar el viaje a las Bahamas. Sería muy boluda si bastardeo a esta heroína.
Me pongo a pensar y en definidas cuentas, rotulando, creo que hasta me tendría que rotular a mi misma de intolerante.
No se puede ir por la vida agitando el martillo con el peluquín blanco y la sotana negra diciendo “esto está mal”, “esto está bien”, “esto no es correcto”, “esto sí”, si primero no estamos en paz con nosotros mismos. ¿Complicado de entender para poner en practica? Te explico.
El primer y peor juicio es el que nos iniciamos a nosotros mismos, enseñándonos que tenemos que ponerle categoría, etiqueta, rotulo a todo lo que se nos cruce por delante, y transmitirlo como absoluto, de individuo a individuo, y así. Es como el círculo vicioso venenoso que tenemos como seres sociales: el rotulador fácil. Esa cosa fácil de encasillar a todos y quizás no darse cuenta que atrás de una apariencia o un pensamiento hay un Universo de ideas que se renuevan cada dos por tres, y que no se remiten solamente a un papelito que te dicen (o te imponen) terceros diciendo lo que sos, y punto.
Por eso, a veces, y aunque me rompan las pelotas, yo celebro a las “viejas de mierda” de consorcio. Les chupa todo tres carajos y siempre están ahí para demostrarnos que la opinión ajena de sus vecinos se la pasan por el orto. El héroe que necesitamos pero no el que nos merecemos.

lunes, 23 de noviembre de 2015

Golondrina del Alba

Les voy a hablar sobre las golondrinas y mi devoción por ellas.  

Esos pajaritos que aparecen cuando vuelve el calor a estas latitudes, para algunos algo molestos por sus graznidos, sobre todo a la mañana. Y también por sus vuelos rasantes y a toda velocidad; desafiantes en cierto punto, mas cuando deambulas donde se instalan sus pequeñas “comunas” de temporada.  

¿Alguien se preguntó alguna vez, por qué mi fascinación por ellas? ¿No? Les explico.

Hace poco yo repensé eso mientras veía desde mi balcón a una graznando y deambulando alrededor con una velocidad asombrosa, sobretodo para un animal tan pequeño, de un edificio de 3 o 4 metros de ancho, por 40 metros de largo y vaya uno a saber cuántos metros cuadrados. Todo en unos breves minutos. Imagínense la velocidad de vuelo.
Se posó sin mas, en la antena precaria levantada por un vecino de casa baja. Empezó a cantar, tranquila y moviendo su cabeza para todos lados, hasta que me vio. Sí, paró de entonar ese canto peculiar y comenzó a estudiarme con detenimiento a ver que hacía, si era una amenaza, quizás.
Cuando empecé a notarlas y a observarlas con mas atención, nunca tuve la oportunidad de verlas así, tan de cerca. Siempre las veía ahí, lejos, en las alturas. Inalcanzables, imperturbables, ¡LIBRES!
Por eso, cada vez que tenía la oportunidad de verlas en reposo las apreciaba, las observaba con detenimiento, queriendo memorizar en la retina cada detalle que pudiera.
Y así, ese animal diminuto, estudioso de mi presencia en el tercer balcón del edificio que acababa de deambular a vuelo rasante me regaló otra vez su canto. Decidió no comparecer ante la timidez, y me quede un rato mas, pensando por qué lo admiraba tanto.
Entonces, empecé a recordar todas esas veces que las escuché, que las vi volar, que las descubrí surcando el cielo y planeando en la libertad del aire. Cada avistaje que hacía de ellas me llevaba a rememorar ese sentimiento de alegría cada vez que las observaba por primera vez, cada temporada, marcando la vuelta de la Primavera y la vuelta al Sol. ¿Cómo puede un animal tan pequeño surcar distancias grandes?
¿Por qué se mueven en comunidad, mas no en solitario?
Ese canto ¿Por qué me atrae?
¿Por qué vuelan tan alto? Allá arriba, donde también pueden volar las grandes aves, algunas de las cuales las pueden depredar.
Cuando me formule esas preguntas, podría haber contestado lo obvio, como leyendo un manual. Pero cerré los ojos, y las escuché. Me llené de ese arrullo único que tienen. Respondí entonces con el corazón, y con la misma libertad que tienen ellas para surcar el aire de manera tan audaz y segura.
Afrontan cielos incluso tormentosos, desafiando la negrura de la proximidad de un diluvio, sin dejar de cantar con imperio y desafío al clamor del cielo que anuncia el restallido de truenos y relámpagos. Vuelan con la misma gracia que surcan el cielo más dócil y azul, meciéndose en las brazadas del viento del norte.
Nunca se mueven solas, porque para ellas la comunión entre pares es importante. Danzan juntas en cielo azul, afrontan juntas así también el cielo inmutable gris, y claman al Sol y al Viento, y juntas recorren grandes distancias, porque juntas, en unidad, saben que es la única manera de sobrevivir que tienen. “La unión hace la fuerza”, dice un dicho del cual no hay dueño aparente; serán pequeñas, pero están juntas. Eso es lo importante.
Son una parte del cielo que parece haberse caído en forma de ave por su plumaje, y pareciera incluso que el Sol, como patrono, les diera ese brillo peculiar. Ese distintivo que tienen sólo los que vuelan alto, los que se animan, aun a pesar de que se pueden quemar.
Y la capacidad de cantar, por sobretodo, solo semejante con el canto que marca el inicio del día que puede dar un zorzal. El cándido y dulce beso de un afecto para traer del sueño a la realidad a un ser querido. Ese arrullo único de escucharlas por la ventana mientras se llaman unas a otras, mientras llaman a levantarse, a alzar su vista al cielo y con el objetivo de llegar alto, tan alto como ellas. Como el sonido rompiente de un cascabel para ahuyentar los malos espíritus.
Ahí me respondí.
“Tan pequeña, tan breve, pero con el valor de la unidad, la capacidad de volar alto, tan alto como el viento, desafiando las tormentas mas crueles y agraciando como patrono a un Sol de renacimiento primaveral. Y el canto capaz de ahuyentar los espíritus que marcan el fin de otro ciclo… ¡En total libertad! ¡Sin fronteras! ¡Sin obstáculos! ¡En el aire!”
Me sonreí, mirando a la singular criatura.
Me alegré, porque me di cuenta que de a poco sentía que iba perdiendo mi camino, pero esta temporada parecía que las golondrinas mismas me acogían en el seno de su comunidad, deambulando por mi hogar y ahuyentando los malos espíritus que me atormentaban. La primera golondrina de la temporada que vi, la tuve a un par de metros y me arrebató una lagrima de redención.
Soñé con golondrinas hace 2 noches, cuando hacía 2 días no las veía. Hoy me despertaron a metros de mi ventana, con una comuna mas grande de la que había estado días atrás. Nada es casual. Quizás, es la señal que necesitaba para decirme a mi misma: ‘No estas sola. Te están cuidando’.
Por eso las llevo siempre en mi corazón, y cuidándome la espalda. Mi amuleto espiritual. Mi “sí-mismo”. Mi inconsciente. Mi recordatorio de que aunque sea o me sienta diminuta, lo alto que puedo llegar.”

miércoles, 15 de julio de 2015

Fiesta de 15.

Que loco darte cuenta de cosas de hace 15 años, 15 años después.

Ejemplos de esas 'cosas locas': por qué la gente en ese entonces tenía tantos prejuicios, y qué prejuicios eran, hoy. Uno de ellos, me remite a mi fiesta de 15 años.

Me acuerdo que, como nadie me invitaba, yo no tenía mucha idea de cómo podía ser, o como sugerirle en ese entonces a mi mamá, cómo organizarla. Mismo, como no tenía demasiadas amistades, tampoco escatimé en invitaciones.

Recuerdo haber invitado a toda el aula en general, aun a aquellos que no se detuvieron a pensar lo mismo en sus respectivos festejos. "¿Por qué dejar de lado a la gente?", pensé. "No tengo porqué dejarlos de lado, aun cuando no me invitaron", pensé otra vez.

Cuando llego el día, disfruté, baile, salté. No comí mucho. La pasé como en cualquier fiesta. Recuerdo que en un momento, se me acerco alguien de mi familia, y me preguntó "¿No la pasas con tus amigos también?". No me había dado cuenta que había pasado casi toda la noche con las hijas de los amigos de mis papas. "No, estoy mejor con ellas", dije. Así pase la noche, muy poco me di por aludida de lo que pasaba a mi alrededor.

A lo largo de la velada, se me acercaban el resto de los invitados, no para dialogar ni para reclamar muy disimuladamente que los exceptuaba. Se me acercaban preguntándome si podía entrar fulanito o sultanito que estaban en la puerta. Como intentaba no ser selectiva con mis invitados, y como no soy de dejar de lado personas, les decía que sí; me gusta que la gente la pase bien y que disfrute, y si quiere compartir un buen momento conmigo, no tengo problemas en compartirlo en general. Y así paso la noche, yo seguía con "mis primas", como siempre las llamé de chicas. Mis primas del corazón.

Así paso una temporada, hasta que una de las invitadas de mi fiesta de 15 me invitó a su fiesta de cumpleaños. ¡Me puse contenta! Nadie me invitaba a los 15. Sólo tuve una oportunidad de ir a una fiesta además de esa, y como no quería ir vestida de la misma manera, pensé "¿Cómo puedo ir?". Recordé fugazmente como habían ido en mi fiesta mis invitados. "Jean y unas buenos zapatos. Una camisa. Algo tranqui", pensé. Recordé que habían ido muy cómodos, muy "casual", como se dice hoy en día. Esos a quienes me refería eran mis compañeros de secundaria, con los cuales dije "No voy a escatimar en invitaciones", aun cuando no me invitaran. Me acuerdo que para esa fiesta de 15 me puse entonces unos mocasines, unos jeans, una camisa blanca y un chaleco negro que me prestó mi mamá. "Así estoy bien", le dije. Estaba contenta y ella también por la invitación.

Me acuerdo que fue en el mismo salón donde lo había hecho yo. Me acuerdo el esfuerzo sobrehumano que fue en ese entonces para mis viejos costearla. Me acuerdo llegar al mismo salón, en el mismo lugar donde mis viejos se deslomaron para hacerme esa fiesta, y ver a la misma gente. Pero, algo era diferente. Algo me llamo poderosamente la atención, algo no cuadraba muy bien. Me acuerdo que mi mamá me acompañó, y también se quedó tan perpleja como yo al ver a esa misma gente, en ese mismo salón: ambas nos quedamos sorprendidas, no tan notoriamente pero si por dentro, de que estaban todos muy bien vestidos. Con mucha producción, mucho “glam”, “con todos los brillos”, como dicen las minitah's ahora. Y yo, con mis jeans modestos, mis mocasines, mi poca producción hasta para mi pelo frizzado y cuasi sin arreglar. Saludé, a las que estaban justo en la puerta, con sus vestidos largos, sus stilettos y sus peinados con rodete, y a otro par mas de invitados. Todos de la misma secundaria donde yo cursé. Entré al salón y estaba impecable, como un palacio. Nada que ver a lo que fue mi fiesta de 15. Lógico, la agasajada era de familia mas pudiente. Era normal poner todo a disposición de la anfitriona principal en una fiesta de semejante importancia.

Pero, no me quiero detener en ese detalle. Es lo de menos. Sino, en el detalle de los invitados, los mismos invitados que asistieron a la fiesta que yo di para compartir mis 15. Esos mismos invitados que lucían en zapatillas, jeans y remeras "casual" en mi fiesta, ahora perfumados y bien paquetos. Me resultó bastante curioso, desconcertante y muy en el fondo, con cierto dejo de consternación.

Pasé la velada, por suerte, con un amigo de toda la primaria que tuvo la mala fortuna de ir igual que yo. Asistió, porque lo invitaron. Tampoco lo invitaban seguido a esas fiestas, como a mi. Tampoco sabía cómo ir vestido, como yo. Y tampoco nos resultaba divertido el desdén con el que, esos mismos invitados, a los cuales en mi fiesta yo no había mezquinado invitación, se tomaban la molestia de examinarnos: vestimenta, peinado en mi caso, actitudes, y puntualmente, la amistad que nos unía. Lógicamente, las burlas eran varias. Con las miradas nos dábamos cuenta. Lucubraban en sus cabecitas que estábamos "noviando" o “que estábamos en algo”. Pero no, estábamos aparte nomas, mirando la pomposidad de la fiesta, con nuestra sencillez y examinando la frivolidad con la cual nos juzgaban.

Por nuestra vestimenta, peinado en mi caso, actitudes, y la amistad que nos unía. La cual no entendían, per se.

Volví a mi casa pensativa. Ensimismada con todo eso que había presenciado. Por un tiempo lo dejé pasar.

Tiempo después, mi mamá me mostró las fotos de ese día que había sido mi fiesta de 15. Y retomé ese pensamiento que me perseguía después de salir de esa otra fiesta de 15. "¡Qué bárbaro!", se expresó mi mamá mientras miraba las fotos conmigo. La miré intrigada; "Para tu fiesta vinieron así nomás, y para la otra se lucieron a todo trapo...", retomó de modo sarcástico.

Me volví a ensimismar mirando con detenimiento, la cantidad de gente a la cual accedí a hacer entrar "por mis invitados". Me afligí, muy poco. Pero en definidas cuentas, me afligí.

Con el tiempo, el recuerdo de esa fiesta de 15 años pasó. Terminé la secundaria, y tuve la buena fortuna de continuar con mi amistad, y mas. Y el tiempo me otorgó gente a quien atesorar, y gente de la cual aprender lo que un ser humano no debe ser JAMÁS.

Por eso digo, que loco darte cuenta de cosas de hace 15 años, 15 años después.

Porque la Vida me enseñó el por qué esa diferencia sustancial entre una fiesta y otra, y de como a la gente le es más fácil juzgar. Por mi apariencia, por mi vestimenta, actitudes.

La Vida me volvió a poner, nuevamente de manera oportuna, en otra fiesta donde el juicio pobre de valores es moneda corriente y los gestos sinceros no existen. Y aprender a no hacer lo mismo, antes de que sea demasiado tarde.

La Vida me volvió a poner en otra fiesta donde la risa es el elemento mas oportuno y mas celebrado, por encima de las frivolidades. Que los momentos sencillos son los que mas se atesoran por sobre que tienen “mucho brillo”.

La Vida me demostró que las apariencias no son lo que parecen, en ambos sentidos. Y que a veces es mejor dejarse sorprender. Para bien o para mal.

La Vida me demostró que es mejor escatimar con quien compartís momentos importantes, porque no lo van a valorar de igual manera que uno.

La Vida me demostró que si no les llevas la corriente, te llevas la corriente puesta. Para bien o para mal.

¡Que loco! Las cosas de hace 15 años, son tan actuales. "¡Que bárbaro!", diría mi mamá. "La sangre de horchata está de oferta".

jueves, 18 de junio de 2015

Carta de Sinceridad

Sres. Directores, Gerentes, Dueños, "Jerarcas":
De mi mas humilde consideración:
S___________/___________D
Paso a comentarles que ya se dejo de exponer la sabana blanca en la ventana para comprobar si una mujer perdió la virginidad con su señor esposo después de la noche de bodas.
Esto es el siglo XXI, y hoy por hoy, las mujeres estudian, trabajan, cuidan de su salud y su vitalidad, así también como, de sentirse aptas y capacitadas emocionalmente, forman una familia desde el amor llano.
Que decidan formarse como personas de profesión e instruirse academicamente con aquello que les nace de la vocación misma o del interés personal, no quiere decir que no se desempeñen con el mismo ímpetu en sus labores cotidianas. Al contrario, lo harán con mas fervor y anhelo de desarrollo personal, profesional y social.
Que tengan sus propias convicciones e integridad, no quiere decir que sean problemáticas ¡Mucho menos que confabulen contra los intereses de aquel al que le da el pan! Quiere decir que Ud., señor empresario, CEO, "Jefe" ha adquirido a un "recurso" con el mas elevado standart de excelencia: Aquel que respeta y se hace respetar.
Que decidan ser madres, no quita que le resten responsabilidad a aquello que les permite alimentar, formar y 'criar' a otro ser humano, asi tal cual Uds. lo fueron con respecto a sus madres. No hay nada mas eficiente, integro y formidable que una madre, leona incansable, luchando y peleando tanto para mantener a sus hijos como para dejar lo mas importante en ellos como la voluntad de crecimiento y la realización como una pieza en la Sociedad que Ud. también integra.
Que decidan tener en su nómina laboral a una mujer, no quiere decir que sean dueños de ella, y que por eso esté sometida a su juicio de valores físicos, psicológicos y morales. El valor debe ser el mismo que para cualquier persona de cualquier género que trabaja bajó su relación de dependencia: emprendimiento, capacidad y destreza para sobrellevar las tareas que justifican su capacidad laboral. Hombre y mujer, la productividad no discrimina y no hace distinciones de género.
Esto es el Siglo XXI, y los prejuicios son los que se tienen que quedar en casa. A laburar, salimos mujeres y hombres, igualmente responsables, igualmente capaces, con iguales posibilidades de crecimiento y emancipación profesional. Ni mas, ni menos.

miércoles, 13 de mayo de 2015

Conocimiento empirico

¿Se imaginan que pasaría si todos fueran un poco mas honestos consigo mismos y liberáramos todo lo que pensamos?

A veces uno deja volar un poco la imaginación y se pone a evaluar situaciones hipotéticas de lo que sería exponer todas y cada una de las cosas que pensamos con total honestidad. Cuando deja de ser parte del imaginario y pasamos al campo real. Desde esquematizarlo y armarlo puntillosamente de manera obsesiva, detallando cuándo y dónde expresarlas, y principalmente con quién, hasta la motivación mas visceral, vehemente e indisimulada de explotarle en la cara a cuanto cristiano se nos cruce, sin medir el grado en la escala de Richter la magnitud de semejante acto de la naturaleza humana, como lo es cantar verdades cuando no se tiene filtro.


Se analiza la palabra, la frase, la oración, el corpus oratorio para hacerle entender a la otra persona que no nos cierra por ningún lado, o ya nos es imposible mantener siquiera un dialogo meramente protocolar. Y tras varios intentos, muy de vez en cuando exhaustivos, agotadores, nos damos cuenta que terminamos gastando mas energía de la que tenemos en intentar sociabilizar de la manera “correcta” para desanudar una situación incómoda, al corte limpio y sin dolor de “no te banco mas” y ahorrarnos los tramites en papeles de situaciones que en cualquier entidad pública serían mera burocracia.

 ¿Y apartir de ahí? ¿Cuáles serían las consecuencias? ¿Los daños colaterales? ¿Nos detendríamos a pensar en la imagen que daríamos de nuestro perfil, o del ajeno? ¿”Sufriremos las consecuencias”, cual descripción profética apocalíptica donde los miedos mas terribles se alzan al unísono de “¡lo dijiste, hacete cargo!”? ¿Y que hay si fehacientemente nos hacemos cargo y no nos importa sucumbir ante esas consecuencias de castigo divino? ¿Cuál será el argumento de esos miedos? ¿La soledad? ¿De quién? ¿De los que quisimos repeler de la manera civilizada cuando no había manera, o de nosotros al tener que hacernos cargo de la psiquis ajena por el “que dirán”? Pero ¿De quién?

Mi psicóloga siempre me decía “No te hagas carne de los problemas de los demás”, “No es tu problema, si se enoja, es cosa suya”, me lo repetía cual mantra una y otra vez ¡Hasta el punto de llegar a serlo! ¡Hasta el punto de llegar a hacerse carne! Mi combustible espiritual se basaba en una oración, mi estabilidad emocional en repetirlo de manera rutinaria como la medicación para un esquizofrénico, y sólo por la inseguridad de los demas. Imagínense el punto de tener que invertir como en la bolsa para no herir suceptibilidades ajenas cada semana en un profesional y en su “receta mágica de una oración” para lograr superarme de los miedos que me invadían decir simplemente “no, hasta acá llegué” y poner un freno a la avidez de los que piensan que uno es inagotable, infinito y sin fecha de expiración.
La inversión real al darme cuenta de eso vino después, cuando decidí enarbolar el estandarte del “me importa un comino” por mí misma y además ocupar mi energía mas en sentirme bien por dentro y por fuera que por lo que el resto tenga para decir(me)… y por el resto en definidas cuentas. Mas aún, cuando uno está bien consigo mismo, puede expresar esa misma energía a través de sus palabras, primeramente desde sus actos. Y que acto mas humilde y real que tener la amabilidad de ser honesto y recitarle cual milonga que no hace falta tener a alguien así revoloteando como mosca en el banquete. Así también como es bueno sincerarse y reconocer a los que nos hacen bien, y darnos el lujo ser duros y expresar lo que realmente pensamos con aquellos que nos sientan mal. De no relacionarse con gente que no suma, sino resta, esa que te va quitando energías y ganas así como se desgasta una lamparita a la que dejan todo el día a toda hora encendida; se termina quemando.


Hay otras formas en las cuales puede culminar el punto álgido del antes y el después del desahogo, y es hasta frustrante ver cuan solo y culpable puede sentirse alguien al ver que nunca se toma como un llamado de auxilio el hartazgo de explotar de una vez o hablar con total franqueza ante cualquier situación, incluidas las que nos desagradan. “¡Egoístas!” seguramente pregonarán cuando la balanza desfavorece a esos parásitos emocionales, pero ¿No es prejuicioso encasillar el egoísmo solamente en el acto de la mezquindad? Muchas veces, algunos actos de egoísmos nos han traído mas tranquilidades mentales que penurias; encasillar de este modo ¿no es también egoísmo? Es ahí cuando el llamado nos alerta como una pava silbadora. Cuando se quedan sin material de ebullición, explotan.
Muy pocas son las veces en donde, de esas otras formas de las que hablaba el llamado es escuchado y la autocrítica es el mesías mancomunado de exasperado y exasperante, y el llamado de una sola persona termina siendo el de dos, y así, en una sincronía empática que realmente termina sanando es donde la confianza mutua rinde sus frutos.


Así es como la gente se conoce, y de esa diferenciamos lo que queremos y lo que no para nuestro mundo interno.
¿Por qué siempre pasa lo contrario? Egomanía y miedo. Por esa falsa sensación de seguridad de necesitar desesperadamente la aprobación de los demás o tratarlos como reyes cuando no lo hacen siquiera consigo mismo menos con otros, los que los bancan. Cuando son capaces de pasarnos sus propias frustraciones, enojos, prejuicios, manías, inseguridades, e incluso violencia y su psiquis terriblemente perturbada, jalándonos al agujero negro de donde pareciera, tristemente, ni ellos mismo quieren salir.
Ejercitar una buena puteada a tiempo y un corte de raíz, también es bueno para la salud. Hágalo.
En caso de mala ingesta, consulte a su amor propio y fíjese no volverse en eso que quiere descartar de su vida.