Últimamente vengo viendo en cualquier tipo de medios que hay
instaurada una especie de fanatismo desmesurado a tomar partido por
absolutamente cualquier cosa, no importa el ámbito o rubro, a veces no se evalúan
los porqué, simplemente, se trata de poner esa energía en un motivo, una causa,
una idea.
Desde mi, al ser una persona extremadamente huraña y con el único sentido de encontrarle a todo
un por qué, enfundada en lo que yo denomino como “curiosidad”, siempre ato
cabos y busco a todo una unión para que las cosas me sean más claras a medida
que voy enlazando factores a través de las que ya me resultan conocidas de
antes. Lo importante es siempre tener un conocimiento previo o algo por dónde
empezar a entretejer para que el producto final nos deje una forma, justamente
una idea.
Yo pensaba que era así la formación de un ideal, pero
evidentemente es algo anticuado hoy en día.
Hoy veo que complementarse con una idea es de asimilación
inmediata, no yendo primero a las fuentes, incluso, no complementando o
analizando si realmente los argumentos que tomamos como válidos para nuestros
criterios morales o éticos, filosóficos o políticos tienen un fundamento serio o
mínimamente de sentido común. Terminamos enmarañados en una madeja sin sentido
y hasta extremista de tomar ese criterio como “verdad” o con una autenticidad
única que nos termina convirtiendo en absolutistas rozando el fanatismo sin justificación
alguna ni motivación propia, como zombies.
De ahí pasamos a lo siguiente, y que sería lo mas grave, a
mi parecer: la carencia de autocrítica.
¿Por qué cuesta tanto reconocer cuando nos equivocamos? ¿Por
qué no nos damos el privilegio de hacer borrón y cuenta nueva para enriquecer
nuestro intelecto sin caer en la monotonía de lo absoluto y único, anulando
cualquier otra expresión por considerarla vana? ¿Por el mero hecho de decir
inflar el pecho y atribuirse la luz de la razón? ¿No es un poco arrogante esa
postura?
Cada vez que salgo a la calle veo esa puja indiscutible
sobre “quien tiene mas derechos que…”, pero siempre abordado desde una postura autoritaria
y maliciosa, alimentando constantemente ese ambiente de desplante que se
detecta inclusive hasta en la convivencia mínima de trabajo, en el propio
hogar, hasta del disfrute de la música o un mero partido de fútbol; esta
última, muchas veces estallando de manera trágica con lo que algunos justifican
como “Folklore”.
Pues bien, hoy me encuentro en la vida adulta mirando los
grises los cuales que alguna vez descarté, y tomando de ellos ciertas cosas de
las que aprender y otras por las cuales no ser indiferente. Puedo decir que he
cultivado mi autocritica y todavía puedo seguir haciéndolo, porque reconozco
que me falta mucho. Sin embargo, muchas veces, es imposible no caer en el juego
perverso de los que te empujan o arrastran al absolutismo de tomar partido,
terminando con una definición ajena de como tenes que ser o lo que sos, según
los absolutos.
Te encasillan, podría decirse, porque no podes pertenecer a
una de las gamas del gris que las hay, pero sí o sí tenes que ser o blanco o
negro.
Es una suerte de testeo cual si fuese un curso de manejo
contra la ira vivir últimamente en el mundo intolerante que se nos presenta,
donde si no tomas partido por algo uno termina por convertirse en el mas
terrible verdugo del ideal único e incorruptible bajo el estandarte de La
Verdad Absoluta.
A mi me encanta, por ejemplo, buscar patrones, cosas en común, que nos permiten
llegar a una conclusión única y totalmente inigualable y soberana: la propia,
la cual puedo moldear a mi preferencia y a la cual le puedo permitir con mis
dos agujas llamadas tolerancia y autocritica, tejer mi propio conocimiento y
entendimiento de cómo veo el mundo.
Por ahora, estoy descubriendo que la mejor
solución ante tanta barbarie e ignorancia socialmente aceptada es volverse
ermitaño, pero tengo serias expectativas de que termine tomando otra forma,
porque ante todo, hay mea culpa.