miércoles, 13 de mayo de 2015

Conocimiento empirico

¿Se imaginan que pasaría si todos fueran un poco mas honestos consigo mismos y liberáramos todo lo que pensamos?

A veces uno deja volar un poco la imaginación y se pone a evaluar situaciones hipotéticas de lo que sería exponer todas y cada una de las cosas que pensamos con total honestidad. Cuando deja de ser parte del imaginario y pasamos al campo real. Desde esquematizarlo y armarlo puntillosamente de manera obsesiva, detallando cuándo y dónde expresarlas, y principalmente con quién, hasta la motivación mas visceral, vehemente e indisimulada de explotarle en la cara a cuanto cristiano se nos cruce, sin medir el grado en la escala de Richter la magnitud de semejante acto de la naturaleza humana, como lo es cantar verdades cuando no se tiene filtro.


Se analiza la palabra, la frase, la oración, el corpus oratorio para hacerle entender a la otra persona que no nos cierra por ningún lado, o ya nos es imposible mantener siquiera un dialogo meramente protocolar. Y tras varios intentos, muy de vez en cuando exhaustivos, agotadores, nos damos cuenta que terminamos gastando mas energía de la que tenemos en intentar sociabilizar de la manera “correcta” para desanudar una situación incómoda, al corte limpio y sin dolor de “no te banco mas” y ahorrarnos los tramites en papeles de situaciones que en cualquier entidad pública serían mera burocracia.

 ¿Y apartir de ahí? ¿Cuáles serían las consecuencias? ¿Los daños colaterales? ¿Nos detendríamos a pensar en la imagen que daríamos de nuestro perfil, o del ajeno? ¿”Sufriremos las consecuencias”, cual descripción profética apocalíptica donde los miedos mas terribles se alzan al unísono de “¡lo dijiste, hacete cargo!”? ¿Y que hay si fehacientemente nos hacemos cargo y no nos importa sucumbir ante esas consecuencias de castigo divino? ¿Cuál será el argumento de esos miedos? ¿La soledad? ¿De quién? ¿De los que quisimos repeler de la manera civilizada cuando no había manera, o de nosotros al tener que hacernos cargo de la psiquis ajena por el “que dirán”? Pero ¿De quién?

Mi psicóloga siempre me decía “No te hagas carne de los problemas de los demás”, “No es tu problema, si se enoja, es cosa suya”, me lo repetía cual mantra una y otra vez ¡Hasta el punto de llegar a serlo! ¡Hasta el punto de llegar a hacerse carne! Mi combustible espiritual se basaba en una oración, mi estabilidad emocional en repetirlo de manera rutinaria como la medicación para un esquizofrénico, y sólo por la inseguridad de los demas. Imagínense el punto de tener que invertir como en la bolsa para no herir suceptibilidades ajenas cada semana en un profesional y en su “receta mágica de una oración” para lograr superarme de los miedos que me invadían decir simplemente “no, hasta acá llegué” y poner un freno a la avidez de los que piensan que uno es inagotable, infinito y sin fecha de expiración.
La inversión real al darme cuenta de eso vino después, cuando decidí enarbolar el estandarte del “me importa un comino” por mí misma y además ocupar mi energía mas en sentirme bien por dentro y por fuera que por lo que el resto tenga para decir(me)… y por el resto en definidas cuentas. Mas aún, cuando uno está bien consigo mismo, puede expresar esa misma energía a través de sus palabras, primeramente desde sus actos. Y que acto mas humilde y real que tener la amabilidad de ser honesto y recitarle cual milonga que no hace falta tener a alguien así revoloteando como mosca en el banquete. Así también como es bueno sincerarse y reconocer a los que nos hacen bien, y darnos el lujo ser duros y expresar lo que realmente pensamos con aquellos que nos sientan mal. De no relacionarse con gente que no suma, sino resta, esa que te va quitando energías y ganas así como se desgasta una lamparita a la que dejan todo el día a toda hora encendida; se termina quemando.


Hay otras formas en las cuales puede culminar el punto álgido del antes y el después del desahogo, y es hasta frustrante ver cuan solo y culpable puede sentirse alguien al ver que nunca se toma como un llamado de auxilio el hartazgo de explotar de una vez o hablar con total franqueza ante cualquier situación, incluidas las que nos desagradan. “¡Egoístas!” seguramente pregonarán cuando la balanza desfavorece a esos parásitos emocionales, pero ¿No es prejuicioso encasillar el egoísmo solamente en el acto de la mezquindad? Muchas veces, algunos actos de egoísmos nos han traído mas tranquilidades mentales que penurias; encasillar de este modo ¿no es también egoísmo? Es ahí cuando el llamado nos alerta como una pava silbadora. Cuando se quedan sin material de ebullición, explotan.
Muy pocas son las veces en donde, de esas otras formas de las que hablaba el llamado es escuchado y la autocrítica es el mesías mancomunado de exasperado y exasperante, y el llamado de una sola persona termina siendo el de dos, y así, en una sincronía empática que realmente termina sanando es donde la confianza mutua rinde sus frutos.


Así es como la gente se conoce, y de esa diferenciamos lo que queremos y lo que no para nuestro mundo interno.
¿Por qué siempre pasa lo contrario? Egomanía y miedo. Por esa falsa sensación de seguridad de necesitar desesperadamente la aprobación de los demás o tratarlos como reyes cuando no lo hacen siquiera consigo mismo menos con otros, los que los bancan. Cuando son capaces de pasarnos sus propias frustraciones, enojos, prejuicios, manías, inseguridades, e incluso violencia y su psiquis terriblemente perturbada, jalándonos al agujero negro de donde pareciera, tristemente, ni ellos mismo quieren salir.
Ejercitar una buena puteada a tiempo y un corte de raíz, también es bueno para la salud. Hágalo.
En caso de mala ingesta, consulte a su amor propio y fíjese no volverse en eso que quiere descartar de su vida.