lunes, 23 de noviembre de 2015

Golondrina del Alba

Les voy a hablar sobre las golondrinas y mi devoción por ellas.  

Esos pajaritos que aparecen cuando vuelve el calor a estas latitudes, para algunos algo molestos por sus graznidos, sobre todo a la mañana. Y también por sus vuelos rasantes y a toda velocidad; desafiantes en cierto punto, mas cuando deambulas donde se instalan sus pequeñas “comunas” de temporada.  

¿Alguien se preguntó alguna vez, por qué mi fascinación por ellas? ¿No? Les explico.

Hace poco yo repensé eso mientras veía desde mi balcón a una graznando y deambulando alrededor con una velocidad asombrosa, sobretodo para un animal tan pequeño, de un edificio de 3 o 4 metros de ancho, por 40 metros de largo y vaya uno a saber cuántos metros cuadrados. Todo en unos breves minutos. Imagínense la velocidad de vuelo.
Se posó sin mas, en la antena precaria levantada por un vecino de casa baja. Empezó a cantar, tranquila y moviendo su cabeza para todos lados, hasta que me vio. Sí, paró de entonar ese canto peculiar y comenzó a estudiarme con detenimiento a ver que hacía, si era una amenaza, quizás.
Cuando empecé a notarlas y a observarlas con mas atención, nunca tuve la oportunidad de verlas así, tan de cerca. Siempre las veía ahí, lejos, en las alturas. Inalcanzables, imperturbables, ¡LIBRES!
Por eso, cada vez que tenía la oportunidad de verlas en reposo las apreciaba, las observaba con detenimiento, queriendo memorizar en la retina cada detalle que pudiera.
Y así, ese animal diminuto, estudioso de mi presencia en el tercer balcón del edificio que acababa de deambular a vuelo rasante me regaló otra vez su canto. Decidió no comparecer ante la timidez, y me quede un rato mas, pensando por qué lo admiraba tanto.
Entonces, empecé a recordar todas esas veces que las escuché, que las vi volar, que las descubrí surcando el cielo y planeando en la libertad del aire. Cada avistaje que hacía de ellas me llevaba a rememorar ese sentimiento de alegría cada vez que las observaba por primera vez, cada temporada, marcando la vuelta de la Primavera y la vuelta al Sol. ¿Cómo puede un animal tan pequeño surcar distancias grandes?
¿Por qué se mueven en comunidad, mas no en solitario?
Ese canto ¿Por qué me atrae?
¿Por qué vuelan tan alto? Allá arriba, donde también pueden volar las grandes aves, algunas de las cuales las pueden depredar.
Cuando me formule esas preguntas, podría haber contestado lo obvio, como leyendo un manual. Pero cerré los ojos, y las escuché. Me llené de ese arrullo único que tienen. Respondí entonces con el corazón, y con la misma libertad que tienen ellas para surcar el aire de manera tan audaz y segura.
Afrontan cielos incluso tormentosos, desafiando la negrura de la proximidad de un diluvio, sin dejar de cantar con imperio y desafío al clamor del cielo que anuncia el restallido de truenos y relámpagos. Vuelan con la misma gracia que surcan el cielo más dócil y azul, meciéndose en las brazadas del viento del norte.
Nunca se mueven solas, porque para ellas la comunión entre pares es importante. Danzan juntas en cielo azul, afrontan juntas así también el cielo inmutable gris, y claman al Sol y al Viento, y juntas recorren grandes distancias, porque juntas, en unidad, saben que es la única manera de sobrevivir que tienen. “La unión hace la fuerza”, dice un dicho del cual no hay dueño aparente; serán pequeñas, pero están juntas. Eso es lo importante.
Son una parte del cielo que parece haberse caído en forma de ave por su plumaje, y pareciera incluso que el Sol, como patrono, les diera ese brillo peculiar. Ese distintivo que tienen sólo los que vuelan alto, los que se animan, aun a pesar de que se pueden quemar.
Y la capacidad de cantar, por sobretodo, solo semejante con el canto que marca el inicio del día que puede dar un zorzal. El cándido y dulce beso de un afecto para traer del sueño a la realidad a un ser querido. Ese arrullo único de escucharlas por la ventana mientras se llaman unas a otras, mientras llaman a levantarse, a alzar su vista al cielo y con el objetivo de llegar alto, tan alto como ellas. Como el sonido rompiente de un cascabel para ahuyentar los malos espíritus.
Ahí me respondí.
“Tan pequeña, tan breve, pero con el valor de la unidad, la capacidad de volar alto, tan alto como el viento, desafiando las tormentas mas crueles y agraciando como patrono a un Sol de renacimiento primaveral. Y el canto capaz de ahuyentar los espíritus que marcan el fin de otro ciclo… ¡En total libertad! ¡Sin fronteras! ¡Sin obstáculos! ¡En el aire!”
Me sonreí, mirando a la singular criatura.
Me alegré, porque me di cuenta que de a poco sentía que iba perdiendo mi camino, pero esta temporada parecía que las golondrinas mismas me acogían en el seno de su comunidad, deambulando por mi hogar y ahuyentando los malos espíritus que me atormentaban. La primera golondrina de la temporada que vi, la tuve a un par de metros y me arrebató una lagrima de redención.
Soñé con golondrinas hace 2 noches, cuando hacía 2 días no las veía. Hoy me despertaron a metros de mi ventana, con una comuna mas grande de la que había estado días atrás. Nada es casual. Quizás, es la señal que necesitaba para decirme a mi misma: ‘No estas sola. Te están cuidando’.
Por eso las llevo siempre en mi corazón, y cuidándome la espalda. Mi amuleto espiritual. Mi “sí-mismo”. Mi inconsciente. Mi recordatorio de que aunque sea o me sienta diminuta, lo alto que puedo llegar.”